Capítulo 21 de V libro de la Metafísica
παθος
1.- “cualidades según la cual cabe alterarse [αλλοιουσθαι]”;
2.- “los actos [ενεργειαι] e incluso las alteraciones de estas cualidades. Además, entre estas, más bien las alteraciones y movimientos [κινεσεις] dañinos [βλαβεραι], y sobre todo los daños penosos [λυπηραι βλαβαι]”;
3.- “Todavía, se llaman afecciones los infortunios [συμφορον] y penas grandes [μεγεθη]” .
Vivimos en un mundo más bien desagradable, en el que no sólo las personas, sino también los poderes establecidos, tienen interés en comunicarnos afectos tristes. La tristeza, los afectos tristes son todos aquéllos que disminuyen nuestra potencia de obrar. Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en esclavos. El tirano, el cura, el ladrón de almas, necesitan persuadirnos de que la vida es dura y pesada. Los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos, o, como dice Virilio, de administrar y de organizar nuestros pequeños terrores íntimos.
Creo que hoy por la mañana he descubierto una nueva parte púdica, un motivo de vergüenza, que no se dio en el pasado. De momento, para mí, lo llamo vergüenza prometeica; con ello me refiero a la vergüenza ante las cosas producidas [por nosotros], cuya alta calidad "avergüenza".
Con T. [¿Adorno?] decidí hacer una visita guiada a una exposición técnica que se ha inaugurado aquí. T. se comportó de manera extraña; tanto que, al final, en vez de observar los aparatos sólo lo miraba a él. En cuanto empezó a funcionar una de las piezas más complicadas, bajó los ojos y enmudeció. Aún más sorprendente fue que ocultara sus manos detrás de su espalda, como si se avergonzara de haber llevado estos "aparatos" suyos, pesados, burdos y obsoletos, a esa alta sociedad de aparatos, que funcionan con tanto esmero y finura.
Pero este "como si se avergonzara" es demasiado tímido. [...] Le parecía realmente insoportable tener que estar, con su torpeza corporal y su inexactitud como criatura, ante los ojos de los aparatos perfectos; se avergonzaba de verdad.
En este tiempo que no discurre, los deseos niegan la vida, rozando una contigüidad con lo no-vivo casi necrófila. La sola existencia del deseo indiferente no puede, por otro lado, sino sumarse a la tabula rasa de las pasiones, a la degradación del ser humano en máquina-sin-alma. No es el deseo auténtico lo que se opone al deseo indiferente, pues cuando este último aparece, es el espacio mismo del deseo lo que en realidad ha desaparecido. Y esa desaparición, en estas condiciones de producción, no podría traducirse por la ataraxia griega, por la fuerza de la indiferencia al dolor, como tampoco por la noción budista de upata o desapego. El deseo auténtico es entonces únicamente reemplazable por el deseo indiferente, que constituye la frontera última de la pasión en la que el deseo se toma no deseante y si escinde en dos polos: el de una astenia flácida, de una casta náusea, y el de una bulimia mórbida, que ya no aspira a los cuerpos animados, sino que repite compulsivamente un gesto de consumo. Esto es el deseo mecánico.