Luis Felipe Barreto Araujo
Identificar las características de la literatura colombiana del siglo XIX
Fomentar nuestra competencia de lectura inferencial y comprensiva
¿Por qué esta pintura hace parte del Realismo? Argumenta
"Mi madrina"
Recuerdos de Santa Fe
Soledad Acosta de Samper
Siendo yo niño —de esto hace luengos años— cuando mi madre y mis hermanas preparaban algún amasijo o cosa delicada, para cuya cooperación no necesitaban de mis deditos que en todo se metían, ni de mi lengüita que todo lo repetía, todas decían en coro: «Que lleven a Pachito a casa de su madrina». Yo escuchaba esta sentencia sin apelación, entre alegre y mohíno, y salía de la casa muy despacio, siguiendo a la criada a media cuadra de distancia, y deteniéndome a cada momento para atar las correas de mis botines y recoger la cachucha que me servía de pelota, y así distraía las penas de mi destierro.
Sin embargo, al llegar a casa de mi madrina, las delicias que me aguardaban allí me hacían olvidar las que perdía. Pero antes de entrar, digamos quiénes éramos mi madrina y yo. Yo (ab Jove principium) era el último de los diez hijos que mi pobre madre dio a luz: mis nueve hermanas mayores no me idolatraban menos que las nueve musas a Apolo, y yo era naturalmente en la familia considerado como un fénix, un portento.
En ella abundaban dos plagas: pobreza y mujeres. Mi padre, después de trabajar mucho y como un esclavo, murió, a poco de nacido yo, dejándonos escasamente lo necesario para vivir con humildad; mas a pesar de nuestra pobreza, vivíamos todos unidos y satisfechos: ¡preciosa medianía, por cierto, en la que se vive sin afanes y contento y tranquilo!...
Doña María Francisca Pedroza, mi madrina, tendría unos sesenta y cinco años cuando la conocí o, más bien, cuando mis recuerdos me la muestran por primera vez. Era la última persona que existía de esa rama de nuestra familia; se preciaba de haber conocido mucho a los virreyes y frecuentado el palacio en esos tiempos, y lamentábase amargamente de la Independencia que había sumido a su familia en la pobreza, quedándole a ella por único patrimonio una casita. Cada vez que estallaba una revolución, mi madrina se mostraba muy chocada, asegurando que este país no se compondría hasta que volvieran los españoles. Era de pequeña estatura y enjutas carnes, morena, de tez de español viejo, es decir amarillenta, ojos negros y pequeños y nariz afilada; no debía, en fin, de haber sido bonita en sus mocedades, y mis hermanas sospechaban que por eso había permanecido soltera y era acérrima enemiga del matrimonio.
Vivía sola con dos criadas a quienes había recogido desde pequeñas, y a quienes no pagaba sino cómo y cuándo lo tenía por conveniente, dándoles su ropa vieja, larguísimos regaños y muchos pellizcos por salario; se mantenía haciendo dulces, bizcochitos, chocolate y velas, y sacando aguardiente, que entonces era de contrabando. Este último negocio lo procuraba ocultar a todos y particularmente a los muchachos; pero lo hacía con tanto misterio, que naturalmente picó mi curiosidad de niño; por lo que resolví averiguar a todo trance aquello que me ocultaban.
No tuve que aguardar mucho: un día se incendió algo en la cocina y tuvieron que abrir la puerta y salir al patio a buscar agua; aproveché ese momento de afán y penetré a hurtadillas al recinto vedado. Examiné, sin que cayeran en cuenta de mi presencia, las vasijas de extraño aspecto, y las maravillosas maniobras que se hacían allí. Inmediatamente que fui a casa y pregunté a mi hermana mayor lo que aquello significaba, me lo explicó, recomendándome el mayor sigilo, pues mi madrina correría riesgo si la policía lo llegaba a descubrir; guardé el secreto y mi madrina nunca supo que yo era poseedor de él.
Ahora veamos cómo era la casa en que vivía. La habitación de mi madrina, sita en las Nieves, no lejos de la Plazuela de San Francisco (perdone el lector, quiero decir, la Plaza de Santander), era pequeña, pero suficiente para su moradora: a la entrada, después de atravesar el zaguán empedrado toscamente, se encontraba un corredor cuadrado, separado del patiecito por un poyo de adobes y ladrillos, el cual estaba también empedrado, pero lleno de arbustos y flores, por lo que era para mi imaginación infantil un verdadero paraíso, que comparaba con los de los príncipes y princesas de los cuentos que me refería Juana, una de las criadas de mi madrina.
Todavía me represento aquel sitio como era entonces... veo el alto romero siempre florido, el tomate quiteño, el ciruelo y el retamo, a cuyo pie crecían en alegre desorden, en medio de las piedras arrancadas para darles holgura, algunas plantas de malvarosa, muchos rosales llamados de alameda, de Jericó, etc.; a la sombra de éstos se extendía mullida alfombra de manzanilla, trinitarias matizadas y olorosas —los pensamientos que reemplazan ahora las trinitarias no tienen perfume—, y un fresal entre cuyas hojas me admiraba de encontrar siempre alguna frutilla.
En contorno de la pared crecían algunas matas de novios, de boquiabiertos y de patita de tórtola. En el poyo que separaba el patio del corredor se veían tazas de flores más cuidadas: contenían farolillos blancos y azules, ridículos amarillos, oscuras y olorosas pomas, botón de oro y de plata, pajaritos de todos colores, y otras plantas; en las columnas enredaban donzenones y madreselvas; y por último, en el suelo, al pie de cuatro grandes moyas con su capa de lama verde —para coger agua en invierno—, se veían muchos tiestos2 de ollas y platones rotos, en que crecían los piececitos que debían ser transplantados a su tiempo. Casi todas las flores que prefería mi madrina han perdido su auge y no se encuentran ya sino en las anticuadas huertas de los santafereños rancios.
Después de merendar a las cinco con una hirviente jícara de chocolate, acompañada de carne frita y tajadas de plátano, queso y pan, mi madrina se envolvía en su pañolón de lana y, poniéndose un sombrero de paja que tenía para ese uso, salía al patio, armada de un par de tijeras, y podaba, componía y arreglaba su jardín; recortaba una flor aquí y allí para dármelas, y yo las recibía como un precioso regalo, pues era prohibido que tocásemos las flores
Resuelva las siguientes preguntas teniendo en cuenta el texto que acabamos de leer.
Justifique sus respuestas.
1. En el segundo párrafo, cuando el narrador dice: yo era naturalmente en la familia considerado como un fénix, un portento está haciendo uso de una:
a. Comparación entre un fénix y un portento, utilizando la coma como nexo entre ambas oraciones.
b. Personificación, pues está atribuyendo cualidades humanas a una criatura como el fénix.
c. Metáfora pues está representando la manera en que era visto por su familia.
d. Hipérbole pues está exagerando la admiración que sus hermanas sentían por él.
2. En el relato, cuando se afirma "Doña María Francisca Pedroza, mi madrina, tendría unos sesenta y cinco años cuando la conocí o, más bien, cuando mis recuerdos me la muestran por primera vez" el adverbio "más bien" está:
a. Contraponiendo la idea anterior y ayudando a corregirla con la frase siguiente.
b. Precisando de manera adecuada lo dicho en la oración anterior.
c. Conectando dos ideas que se contradicen.
d. Más bien no está funcionando como adverbio en esta oración.
3. Se podría afirmar que el contexto del cuento de Soledad Acosta de Samper se enmarca en:
a. El periodo de las luchas independentistas de Colombia.
b. El periodo en que Colombia era una colonia española.
c. El periodo de las guerras napoleonicas.
d. El periodo posterior a la declaración de independencia de Colombia
3. Se podría afirmar que el contexto del cuento de Soledad Acosta de Samper se enmarca en:
a. El periodo de las luchas independentistas de Colombia.
b. El periodo en que Colombia era una colonia española.
c. El periodo de las guerras napoleonicas.
d. El periodo posterior a la declaración de independencia de Colombia
4. El realismo literario está fuertemente influido por:
a. El positivismo y el desarrollo de las ciencias sociales.
b. La revolución francesa y los discursos nacionalistas.
c. La ilustración y las ideas del enciclopedismo europeo.
d. El Romanticismo y la subjetividad.
Lea el capítulo 13 de "Las intermitencias de la muerte" y explique qué aspectos de ese capítulo son románticos y qué aspectos son realistas. Identifique los aspectos objetivos y subjetivos del capítulo. Y finalmente, responda a esta pregunta ¿Cuál es la cualidad principal del narrador de esta novela de José Saramago?
Word. Times New Roman. 12.
Mínimo 100 palabras.