Luis Felipe Barreto Araujo
Franz Kafka
¿Qué ocurrió el día en que te enteraste que Papá Noel no existe? En qué se relaciona con la condición posoderna?
¿Cuál es la función de un semáforo desde la posmodernidad?
1883-1924
Jorge Luis Borges
1952
En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría.
En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que tratar de purificarla de toda connotación de polémica o rivalidad. El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres
Franz Kafka
1915
La literatura del absurdo se inspira en el surrealismo y la filosofía del absurdo para crear obras literarias marcadas por el humor y la sorpresa para denunciar situaciones sociales o reflexionar de una manera diferente sobre cuestiones existenciales. El auge de este tipo de literatura se da a finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX.
En estas obras se llevan los acontecimientos cotidianos hasta sus últimas consecuencias y se toma siempre el sentido literal de cada concepto, para evidenciar la cantidad de convenciones que rigen las sociedades. El lector reconoce los referentes y ve verosímiles los resultados que se anuncian, aunque se alejan absurdamente de la realidad. Abundan también los personajes y objetos que actúan como símbolos (Extraído de Wikipedia).
Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto.
-¿Qué me ha ocurrido?
[...]
Gregorio miró hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el cinc del alféizar repiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancolía.
«Bueno –pensó–; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estas locuras?» Pero no era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara volvía a quedar de espaldas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró los ojos para no tener que ver aquella confusa agitación de patas, que no cesó hasta que notó en el costado un dolor leve y punzante, un dolor jamás sentido hasta entonces.
-¡Qué cansada es la profesión que he elegido! –se dijo–. Siempre de viaje. Las preocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar de las molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que cambian constantemente, que nunca llegan a ser verdaderamente cordiales, y en las que no tienen cabida los sentimientos. ¡Al diablo con todo!
¿Conoces algún monstruo de la literatura y/o de la cultura popular?
"—¿Cómo te atreves a acercarte a mí, demonio? ¿No temes que descargue la fiera venganza de mi brazo sobre tu miserable cabeza? ¡Fuera de mi vista, inmunda criatura! O, mejor aún… ¡quédate para que pueda pisotearte hasta reducirte a polvo! ¡Para, oh, sí, extinguiendo tu miserable existencia, poder compensar a esas víctimas que asesinaste de un modo tan diabólico!
—Ya esperaba este recibimiento —dijo el demonio—. La humanidad odia a los desgraciados. ¡Cuánto odio debo de inspirar yo, que soy el más miserable de todos los seres vivos! Y tú, mi creador, me detestas, desdeñas a tu criatura, a la que estás unido por unos vínculos que solo pueden disolverse con la muerte de uno de los dos. Y te propones matarme. ¿Cómo te atreves a jugar así con la vida? Cumple con tus deberes hacia mí y yo cumpliré contigo y con la humanidad. Si aceptas mis condiciones, os dejaré en paz a todos, pero si te niegas blandiré el puño de la muerte hasta saciarme con la sangre de los amigos que aún te quedan" (177 Mary Shelley)
Pero, desde las primeras palabras de Gregorio, el gerente había dado media vuelta y le contemplaba por encima del hombro, con una mueca de repugnancia en el rostro. Mientras Gregorio hablaba, no permaneció un momento quieto. Se retiró hacia la puerta sin quitarle la vista de encima, muy lentamente, como si una fuerza misteriosa le retuviese allí. Llegó, por fin, al recibidor y dio los últimos pasos con tal rapidez que parecía que estuviera pisando brasas ardientes. Alargó el brazo derecho en dirección a la escalera, como si esperase encontrar allí milagrosamente la libertad.
Su hermana advirtió inmediatamente el nuevo entretenimiento de Gregorio –tal vez dejase al trepar un leve rastro de baba–, y quiso hacer todo lo posible para facilitarle su actividad, quitando los muebles que le estorbaban, sobre todo el baúl y el escritorio. No podía hacerlo sola y tampoco se atrevía a pedir ayuda al padre; con la criada no podía contar, pues la buena mujer, de unos sesenta años, aunque se había mostrado muy animosa desde la despedida de su antecesora, había rogado que le dejaran tener siempre cerrada la puerta de la cocina, y no abrirla sino cuando la llamasen. Por tanto, la única posibilidad era pedir ayuda a la madre en ausencia del padre.
La madre acudió eufórica, pero se quedó muda al llegar a la puerta. La hermana comprobó que todo estuviera en orden, y sólo entonces hizo pasar a la madre. Gregorio había bajado la sábana más que de costumbre, de modo que formara abundantes pliegues y pareciera que estaba allí por causalidad. En esta ocasión no atisbó por debajo; renunció a ver a su madre, feliz de que por fin hubiese entrado a su habitación.
-Pasa, no se le ve –dijo la hermana, que seguramente llevaba a la madre de la mano.
Gregorio oyó a las dos frágiles mujeres mover el viejo y pesado baúl; la hermana, animosa como siempre, hacía la mayor parte del esfuerzo, sin hacer caso de las advertencias de la madre, que tenía miedo de que se fatigara excesivamente.
Al cabo de un cuarto de hora, la madre dijo que era mejor dejar el baúl donde estaba, en primer lugar porque era muy pesado y no acabarían antes del regreso del padre; además, estando en medio de la habitación el baúl le cortaría el paso a Gregorio; por último, tal vez a Gregorio no le agradara que se retirasen los muebles, sino todo lo contrario. La vista de las paredes desnudas la deprimía. ¿Por qué no había de sentir Gregorio lo mismo, acostumbrado desde hacía tiempo a los muebles de su cuarto? ¿No se sentiría como abandonado en la habitación vacía?
Un día –ya había transcurrido un mes desde la metamorfosis, así que no tenía por qué sorprenderse del aspecto de Gregorio– su hermana entró algo más temprano que de costumbre y se lo encontró mirando inmóvil por la ventana. No le hubiera extrañado a Gregorio que su hermana no entrase, pues tal como estaba le impedía abrir la ventana. Pero no sólo no entró, sino que retrocedió y cerró la puerta rápidamente: quien la hubiera visto reaccionar de esa forma hubiera creído que Gregorio se disponía a atacarla. Gregorio se metió inmediatamente debajo del sofá; pero hasta el mediodía no volvió su
hermana, más intranquila que de costumbre. Este incidente le hizo comprender que su vista seguía resultándole insoportable ala hermana, que sólo gracias a un esfuerzo de voluntad evitaba echar a correr al divisar la pequeña parte del cuerpo que sobresalía por debajo del sofá. Con objeto de ahorrarle por completo su visión, llevó un día sobre su espalda –trabajó para el cual precisó de cuatro horas– una sábana hasta el sofá, y la puso de modo que le tapara por completo y que su hermana no pudiese verle por mucho que se agachase.
Aunque lo cierto era que nadie se fijaba en él. La familia estaba completamente absorta por el violín, y los huéspedes, que al principio se habían colocado, con las manos en los bolsillos del pantalón, cerca del atril para poder ir leyendo las notas y molestaban seguramente a la hermana, no tardaron en retirarse hacia la ventana, en donde permanecían cuchicheando con la cabeza inclinada, observados por el padre, a quien esta actitud contrariaba visiblemente, pues parecía indicar a las claras que sus esperanzas de escuchar buena música habían sido defraudadas y empezaban a cansarse, y que sólo por cortesía seguían allí. Especialmente el modo en que echaban por la boca o la nariz el humo de sus cigarros, delataban gran nerviosidad.
Sin embargo, ¡que bien tocaba Grete! Con el rostro ladeado seguía el pentagrama atenta y tristemente. Gregorio se arrastró otro poco hacia adelante y mantuvo la cabeza pegada al suelo, ansioso de encontrar con su mirada la de su hermana.
¿Sería una fiera, que la música le emocionaba de aquel modo?
Era como si ante él se abriese un camino que había de conducirle hasta un alimento desconocido, ardientemente anhelado. Estaba decidido a llegar hasta su hermana, a tirarle de la falda y hacerle comprender que había de ir a su cuarto con el violín, porque nadie apreciaba su música como él. No la dejaría marcharse mientras él viviese. Por primera vez iba a servirle de algo su espantosa forma.
¿Cuáles son los monstruos de nuestra cotidianidad? ¿Cómo reaccionas a ellos?
Investigar qué es la meta teatralidad y escribir un texto en el que muestre sus hallazgos. Deberá buscar al menos un ejemplo ya sea en una obra de teatro, en una película, etc.
Leer el capítulo 11 de "La ciudad de cristal" de Paul Auster y explicar dónde se evidencia la meta textualidad en esta novela norteamericana.