Enseñó al hombre la Naturaleza las varias inflexiones de la lengua, y la necesidad nombró las cosas. Así como los niños en la infancia, por no poder darse a entender, acuden a los gestos y muestran con el dedo los objetos presentes, cada uno siente en sí mismo aquellas facultades que puede usar. [...] ¿Será, por fin, acaso maravilla que, teniendo los hombres voz y lengua, diesen distintos nombres a las cosas según les afectasen, cuando oímos la variedad de voces y sonidos que hacen los animales y las fieras conforme se suceden en sus almas el miedo o el dolor o el regocijo? [...] Pues si las diferentes sensaciones al animal obligan, siendo mudo, a proferir sonidos diferentes, ¿cuánto más natural es que haya el hombre podido designar diversas cosas entonces con sonidos peculiares? (V, 1028-1090)
Lucrecio, De rerum natura